sábado, 20 de febrero de 2010

OBEDECEME


¡Obedéceme!

Carlos J. Rodriguez

Nos gusta mandar, pareciera si nos ponemos a hacer un recuento de nuestro día, que nacimos para mandar, que el mandar, el tener poder se hizo para nosotros, que forma parte de nuestra naturaleza y más aun sería difícil más bien incomprensible no encontrarnos con alguien dispuesto a obedecernos. Pero por el mismo lado al gustarnos mandar, buscamos “poder”, poder mandar, y en algún momento de nuestra efímera vida, también hemos obedecido, si hacemos una inmediata reflexión caeremos en cuenta de que obedecer también forma parte de nuestra vida. Así que nos encontramos en esta secuencial diatriba entre mandar y obedecer, es decir frente a una relación de poder. Por supuesto concluyendo que es notablemente más satisfactorio mandar. Pero no todos tenemos poder para mandar así que o lo buscamos por el medio que sea o terminamos obedeciendo y eso ya es la primera limitante del poder, solo lo tiene una minoría.

Lo del poder no es para nada nuevo, el poder se encuentra por un lado representado en el derecho que le da a el estado marco jurídico para ejercer dicho poder, desde el Imperio Romano, de donde se construyo el pilar jurídico la creación del derecho, leyes, etc., en torno al poder real (el cual ya mencione y explicare más adelante), luego la intensión de recoger para la Edad Media la esencia de ese pilar jurídico y establecerlo como fundamento del Estado, al servicio de clases dominantes claro está, el contrato social de Rousseau por ejemplo y mucho antes la Iglesia ejercía ese tan hábilmente idolatrado privilegio de mandar según los designios de Dios.

Estas relaciones de poder predeterminan como consecuencia que necesariamente para los que ejercen el Poder no haya la posibilidad de que los que obedecen reclamen tal poder y con el por supuesto el derecho de mandar, Michael Foucault, señala que “el poder es esencialmente lo que reprime”, y si reprime es para mantener el poder en el tiempo y con ella la relación entre opresor – oprimido, dominante – dominado.

Es aquí cuando cabe hablar de Poder Real y Poder Formal, dos tipos de poder. El poder real, es el verdadero poder, ejercido hoy por las grandes corporaciones de capital sin identidad y de una capacidad de desarrollo que redefinió hace rato al capitalismo tradicional y lo convirtió en capitalismo globalizado. Es este el poder real el que da las órdenes en todo el mundo y su hermano más pequeño el poder formal cociente siempre se somete ante este y está representado por los Gobiernos, en esencia todos, aunque con más claridad pero de forma muy oscura en los gobiernos de los países subdesarrollados.

Paulo Freire, frente a esta relación de dominación, expresa que allí está presente la violencia y nos dice: “Toda relación de dominación, de explotación, de opresión ya es en sí violencia. No importa que se haga a través de medios drásticos o no. Es, a un tiempo, desamor y un impedimento para el amor. Obstáculo para el amor en la medida en que el dominador y el dominado, deshumanizándose el primero por exceso y el segundo por falta de poder, se transforman en cosas. Y las cosas no aman. Pero, generalmente cuando el oprimido se revela legítimamente contra el opresor, en quien identifica la opresión, se le califica de violento, bárbaro, inhumano frio.”

No somos ajenos a esto de obedecer, no somos ajenos por consecuencia de las vicisitudes del poder y de los intereses de quienes lo ejercen, el poder abarca por su continuo y necesario interés de preservación a la dominación, desde cualquier ángulo objetivo del que quiera cualquiera hacerse el ciego, el poder es en sí descarado mas por su esencia que devela la manera de ejercerlo en detrimento de los dominados, dentro de estas maneras, el uso de la violencia que bien pudiéramos mencionar todos, la riqueza y el conocimiento.

De ahí que el poder de evaluación, poder al fin, como caso particular de los estudiantes, no puede el estudiante sentirse bien consigo mismo dentro del salón de clase dominado por el profesor cuyo criterio impera por encima del de los de “menos sabios” estudiantes. Y en el extraño caso de que el estudiante defienda su idea antagónica con respecto a la del profesor, aparece el poder de evaluación listo para reprimir al atrevido que pretende rebelarse ante el dogma, y garantizarle a este la más baja de las notas que depende del criterio del dominante profesor. El poder de evaluación por tanto es la manera más sutil de explicar las relaciones de poder entre opresor y oprimidos, profesor – estudiante, y que se extiende por supuesto en su sentido de acostúmbranos desde la etapa más básica a la figura del poder que no tenemos pero que debemos obedecer.

Acostumbrémonos a no repetir la fórmula del enemigo, el gusto por mandar no representa el que no tengamos que obedecer, al contrario el poder requiere de más poder, necesitamos cambiar la verticalidad del poder, transformarlo a la horizontalidad, rompamos con los viejos esquemas, con el sistema imperante, busquemos el poder creador del pueblo y seamos libres como tendremos que serlo algún día definitivamente.

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